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_El lujo es el espacio

Esencialismo, sensaciones y sencillez. Un análisis de Enric Pastor, Director de la revista AD
abril 25, 2021

Hubo una época en la que una casa de lujo, para merecer tal categoría, tenía que relucir, centellear y deslumbrar a los invitados. La escalada de destellos usados en aquella decoración llamada ‘de lujo’ fue yendo in crescendo recién estrenado el siglo XXI y ha provocado tal big bang que se volvió un espejismo, un cliché vacío y estéril de la reciente historia del interiorismo que doró restaurantes de moda, opulentos hoteles y hasta la cubertería de diario. Por fin es oficial: al igual que el Barroco quedó sofocado por el Neoclasicismo, la pompa fastuosa que aún merodeaba hace unos meses en interiorismo está dando hoy paso a una nueva riqueza apagada, mate, casi pálida, opaca y sensorial, con espacios que atrapan la atmósfera de un óleo velado de Zurbarán o Ribera, al natural, deslucidos pero bellos, artesanos e imperfectos.

Obra del estudio OOAA liderado por el arquitecto Iker Ochotorena

En el contexto actual la sociedad necesita volver al esencialismo. Crear hábitats que sirvan de retiro espiritual, interiores depurados, nada forzados, y con formas discretas en materiales naturales. Lo simple, de un refinamiento extraordinario, produce bienestar emocional y tiene que ver con el olfato, la temperatura, el tacto... Estrenamos códigos, el lujo hoy es austero e intelectual, tiene sustancia y por eso sobrevive a tendencias, alardea de sencillez y, a pesar de su cercanía, conserva intacta la fascinación de lo inalcanzable.

"El lujo es hoy una sensación. Hacer que el espacio que enmarca nuestras vidas sea un lugar rico, opulento, suntuoso y ostentoso, pero para los sentidos."

_Enric Pastor, Director de la revista AD

Todos entendemos la decoración como ese conjunto de cosas que, añadidas a un espacio, contribuyen a embellecerlo. ¿Y si el espacio no necesita nada más? Solo pureza, silencio y emoción. Materiales sencillos pero sólidos, tonos blancos y arenas, los muebles básicos, madera, cerámica, lino... texturas naturales que se pueden tocar y sentir. No es el minimalismo de los 90. Aquella castidad estética que practicaba Calvin Klein en sus residencias se ha enriquecido ahora con una huella más humana, artesana, wabi-sabi como dirían los asiáticos, y el aprecio por la pátina y la imperfección le han quitado su fría funcionalidad y han vuelto la casa tierna, dúctil y honesta. Como decía al principio, esta nueva estética seguramente surge de la necesidad de escapar del estrés diario buscando calma y pertenencia. Estas nuevas casas son contenedores esenciales con cálidas irregularidades, colores apagados, suelos de rugosa madera y paredes con estucos, para que todo envejezca bien y mejore con los años. Juegan con luces tamizadas (murió el halógeno), vacíos inmaculados y belleza sin artificios. Forman oasis interiores, mundos paralelos ajenos a las modas donde refugiarse y equilibrar la mente.

Y por último, el disfrute, esa sensación no medible que nos aporta rodearnos de cosas sencillas pero placenteras. El lujo es hoy una sensación. No es riqueza, sino contención, consciencia frente al boato, bienestar más que ostentación. Aprender a valorar la casa y cambiar nuestra relación con ella, hacer que el espacio que enmarca nuestras vidas sea un lugar rico, opulento, suntuoso y ostentoso, pero para los sentidos. “El lujo debe ser cómodo”, dijo Coco Chanel. No puedo estar más de acuerdo.